Prestigiosos especialistas en salud cardiovascular analizan las enfermedades producidas por el colesterol a la luz de los hallazgos científicos más recientes. La buena noticia: se prevén aún más novedades en tratamientos para reducir sus efectos.
La mañana del viernes 16 de abril de 2004, Mohamed Hadibèche, un camionero de 44 años que trabajaba en la comuna de Drancy, al norte de París, sintió un leve dolor en el pecho que duró unos cuantos minutos. Al otro día, la molestia reapareció pero volvió a disiparse pronto. Como en la tarde el dolor volvió y se intensificó con rapidez, esta vez Mohamed se asustó. “Sentí como si tuviera una estaca clavada en el pecho”, cuenta. Su esposa, Houria, insistió en llevarlo de inmediato a un hospital.
Lo que Mohamed no sabía era que en la pared interna de las arterias de su corazón se había acumulado colesterol. Con el tiempo éste se endurece y forma placas de una sustancia llamada ateroma que reduce el espacio por el que puede circular la sangre, condición conocida como aterosclerosis. Cuando las placas se rompen, lo que ocurre a veces, se pueden formar coágulos que obstruyen aún más el flujo de sangre. Al parecer, eso le ocurrió a Mohamed: su corazón se quedó sin suministro de sangre rica en oxígeno debido al ateroma y a los coágulos, y sufrió un infarto.
¿Qué es el colesterol y por qué circula en la sangre?
El colesterol es un lípido o sustancia grasa que se produce principalmente en el hígado y que es esencial para vivir. “Lo necesitamos para producir hormonas, el ADN y las membranas celulares”, dice Ian Graham, profesor de medicina cardiovascular en el Trinity College de Dublín, Irlanda. Sin él, el cerebro no podría funcionar.
Por los vasos sanguíneos no solo circula colesterol. Cuando el médico te dice los niveles de colesterol, en realidad se refiere a las concentraciones de distintos tipos de lipoproteínas, macromoléculas formadas por una capa exterior de proteínas y un núcleo que contiene dos tipos de lípidos: el colesterol y los triglicéridos (estos últimos constituyen la mayor proporción de grasa del cuerpo).
Los análisis de sangre permiten medir los niveles de las tres lipoproteínas principales. A las de alta densidad (LAD) se las conoce como colesterol “bueno”; las de baja densidad (LBD), llamadas así por su menor concentración de colesterol, constituyen el colesterol “malo”, y las de muy baja densidad (LMBD), que son de mayor tamaño, presentan una alta concentración de triglicéridos.
Las lipoproteínas circulan en el torrente sanguíneo y van dejando moléculas de colesterol y otras sustancias en los lugares donde se necesitan y, a veces, donde no hacen falta. A pesar de la importancia del colesterol para el funcionamiento del cuerpo, suele haber demasiado en nuestra sangre. “Tenemos cuatro veces más colesterol del necesario”, señala el doctor Graham. “Nadie sabe por qué”.
Cuando el excedente se concentra donde menos se necesita (por ejemplo, en las paredes arteriales, como en el caso de Mohamed), aumenta el riesgo de contraer enfermedades cardíacas. Si las arterias que irrigan el cerebro son las afectadas, aumenta el riesgo de sufrir una apoplejía, o accidente cerebrovascular.
No todos los trastornos cardíacos se asocian con niveles altos de colesterol; sin embargo, la Organización Mundial de la Salud calcula que esta sustancia es la causa de uno de cada tres casos de cardiopatía coronaria. Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en el mundo; tan solo en 2012 segaron la vida de 17,5 millones de personas. Por su parte, los niveles altos de triglicéridos —lípidos que tienden a aumentar cuando bajan las concentraciones de colesterol bueno— pueden duplicar el riesgo de apoplejía, según un amplio estudio realizado en 2012.
¿Qué efecto tiene el estilo de vida de una persona en sus niveles de colesterol?
“El estilo de vida y los genes determinan la cantidad total de lípidos que hay en el plasma sanguíneo”, señala el doctor Børge G. Nordestgaard, del Hospital de la Universidad de Copenhague. Pero si bien no podemos modificar nuestros genes, sí podemos cambiar nuestro estilo de vida.
Sabemos que el ejercicio ayuda a reducir el colesterol, pero, según los científicos, ayuda más llevar una dieta saludable; de hecho, combinar ambos es la mejor forma de alcanzar concentraciones inocuas de colesterol. Si con el paso de los años ha subido de peso, adelgazar quizá sea el cambio más importante que puede hacer en el estilo de vida, dice el doctor Ronald Mensick, investigador de la Universidad de Maastricht, Holanda. “Si el peso disminuye, se reducen los niveles de colesterol malo”. Y también tienden a bajar los triglicéridos.
El problema es que para mucha gente bajar de peso es difícil, y más aún no recuperar los kilos perdidos. Así que consumir alimentos saludables es la opción más eficaz, inocua y factible para quienes buscan controlar sus niveles de colesterol.
Volvamos al caso de Mohamed Hadibèche, quien permaneció más de un mes en el hospital y unas semanas en un centro de rehabilitación cardíaca. Como sus niveles de colesterol eran peligrosamente altos, los médicos le recetaron estatinas para inhibir la enzima que el hígado usa para producir colesterol. Las estatinas son los fármacos que más se utilizan para reducir el colesterol. Ningún médico le aconsejó a Mohamed que modificara su alimentación, pero aunque alguno lo hubiera hecho, hace 11 años sus indicaciones específicas tal vez no habrían sido las más apropiadas.
Nuevos hallazgos
Siempre ha existido confusión respecto a qué debemos comer para controlar el colesterol. Estudios recientes indican que, contra lo que se pensaba —y contra lo que se les decía a los pacientes—, solo una pequeña parte del colesterol presente en el torrente sanguíneo proviene directamente de lo que comemos. El verdadero problema radica en el colesterol excesivo que el hígado produce. Este excedente tiene relación con los alimentos ingeridos, pero no forzosamente se trata de los mismos que los médicos nos pedían evitar en el pasado.
Los científicos creían antes que todas las grasas alimenticias aumentaban los niveles de lípidos en la sangre. Hoy se sabe que las “villanas” principales son las grasas saturadas y las grasas trans, sobre todo si la dieta incluye grandes porciones de carne roja y alimentos procesados con alto contenido de almidón y azúcar.
“Emprendimos estudios pensando que una dieta baja en grasas reduciría los niveles de colesterol, pero, sorprendentemente, ocurrió lo contrario”, comenta el doctor Ronald Krauss, director de investigación sobre aterosclerosis en el Hospital Infantil de Oakland, California. “Entonces descubrimos que, cuando reduce su consumo total de grasas, la mayoría de la gente ingiere más carbohidratos para reponer esas calorías”.
Las dietas que incluyen muchos carbohidratos en forma de almidones y azúcares (panes, papas, azúcar añadida y arroz blanco) aumentan los niveles de LMBD, LBD y triglicéridos, al tiempo que disminuyen los de LAD, o colesterol bueno. Y según un estudio de 12 años de duración realizado en Dinamarca y publicado en 2009, sustituir los almidones y los azúcares en la dieta por grasas saturadas incrementa la incidencia de infartos.
De acuerdo con numerosos estudios y expertos de Europa y los Estados Unidos, muchas grasas no saturadas (las cuales por lo común son líquidas a temperatura ambiente), en especial las contenidas en el aceite de oliva, los pescados grasos y las nueces, en realidad ayudan a disminuir los niveles de colesterol. Una dieta abundante en verduras frescas, legumbres, granos enteros, pescado y nueces hace más probable que uno tenga niveles bajos de colesterol. La dieta mediterránea es un régimen de este tipo. Según un estudio danés publicado en 2010, esta dieta contribuye a reducir el colesterol total y las LBD. En otra investigación se observó que consumir fibra vegetal, soja y almendras en abundancia disminuye el colesterol malo casi tanto como las estatinas.
Cuando los cambios en el estilo de vida no bastan
Outi Elovaara, una mujer de Forssa, Finlandia, madre de seis hijos, no tenía motivos para pensar que sus niveles de colesterol fueran altos: mantenía un peso saludable, hacía ejercicio con regularidad y llevaba una dieta nutritiva a base de verduras, granos enteros, productos lácteos descremados, pescado y carnes magras. Sin embargo, en julio de 2012, a sus 51 años, sufrió una apoplejía. “La obstrucción se formó en el corazón y se desplazó al cerebro”, cuenta. “Empecé a arrastrar las palabras y se me colgó un lado de la cara”. Todo pasó de repente. “Pensé que iba a quedar paralítica y dependiente de los demás por el resto de mis días”, añade.
Pero Outi tuvo suerte: recuperó el habla en un par de días, y los únicos síntomas que aún persisten son dificultad para escribir a mano y una leve debilidad en el brazo izquierdo. No obstante, dado su historial familiar de cardiopatías —su padre murió de un infarto a los 41 años, y su hermana a los 59 por la misma causa—, su nivel de colesterol total (260 mg/dl) era más del doble del recomendable.
Tras haber sufrido la apoplejía, era vital que Outi redujera su colesterol a niveles inocuos. Los médicos le recetaron estatinas para disminuir el colesterol, y un antiagregante plaquetario para prevenir la formación de coágulos. Tomar estatinas suele bastar para reducir las LBD a niveles inocuos, pero algunas personas requieren medicamentos adicionales para lograr ese objetivo. Por eso, es posible que se les prescriba una combinación de estatinas y otro reductor de lípidos, como la ezetimiba.
Según Anselm Gitt, cardiólogo e investigador de Ludwigshafen, Alemania, en un estudio aleatorio de 18.000 pacientes de alto riesgo se observó que combinar ezetimiba con estatinas reducía hasta un 10 % más los niveles de LBD, en promedio. “El mecanismo de acción de la ezetimiba es completamente distinto”, señala. En vez de inhibir la síntesis de colesterol, la ezetimiba reduce su absorción. Esta estrategia ofensiva doble suele ayudar a las personas a normalizar sus niveles de colesterol cuando las estatinas no son suficientes.
Ahora bien, ¿qué se puede hacer cuando la dieta no basta para reducir los niveles de colesterol y el paciente no tolera las estatinas? Outi Elovaara se cuenta entre las personas a las que las estatinas les producen efectos secundarios muy molestos. “Trataba de tomarlas, pero era imposible porque me causaban dolor de músculos y articulaciones”, afirma.
Según el doctor Krauss, los dolores musculares son el efecto secundario más común de las estatinas, pero en los últimos años se ha descubierto que tienen otros efectos alarmantes, como un aumento en el riesgo de contraer diabetes tipo 2, sobre todo en el caso de las mujeres. Como las estatinas tienen el potencial de salvar la vida, por lo general los médicos consideran que vale la pena correr ese pequeño riesgo. No obstante, en la actualidad se están probando nuevos medicamentos que podrían resultar más potentes y eficaces.
Nuevos y mejores fármacos en camino
La solución para las personas como Outi —pacientes de alto riesgo que no consiguen reducciones sustanciales de sus niveles de colesterol solo con la alimentación y las estatinas, o que no toleran estas últimas— podría ser un medicamento creado mediante ingeniería genética y diseñado para ayudar al hígado a eliminar el colesterol malo. Varios fármacos de este tipo, conocidos como inhibidores de PCSK9 (una proteína), se encuentran actualmente en las etapas finales de los ensayos clínicos, y sus resultados son muy prometedores. Ninguno de estos medicamentos ha sido aprobado todavía para uso comercial, pero el doctor Gitt cree que a finales de este año o a principios de 2016 al menos uno de ellos estará a la venta. “Con este nuevo fármaco se lograrán reducciones adicionales de hasta 70 % en las LBD”, señala.
Para reducir sus niveles de colesterol, hoy día Outi ha optado por tomar, en vez de fármacos, complementos de fitoesteroles y fitoestanoles, sustancias muy parecidas al colesterol que se encuentran en muchas frutas, verduras, legumbres y frutos secos; está comprobado que estos compuestos ayudan a bajar los niveles de colesterol. En su último análisis de sangre Outi presentó un colesterol total de 175 mg/dl, lo que representa una mejora respecto a su nivel tras la apoplejía; sin embargo, aún no ha alcanzado la meta.
Por su parte, Mohamed Hadibèche empezó a consultar a una nutrióloga, quien le explicó los efectos nocivos de su estilo de vida hacia su salud. Por consejo de ella, el camionero dejó de fumar, redujo su consumo de azúcar, sal y grasas saturadas, y adoptó el hábito de hacer ejercicio físico diariamente. “Es increíble el efecto que estas medidas han tenido en los resultados de mis análisis de sangre”, dice. “Luego de cambiar de estilo de vida, mis niveles de colesterol se redujeron tanto, que el médico me disminuyó la dosis de estatinas”.
En conclusión, actualmente existen estrategias eficaces para ayudar a todas las personas a alcanzar y mantener niveles saludables de colesterol, y quizá muy pronto contemos con tratamientos aun mejores.
VALORES IDEALES DE COLESTEROL
Estos niveles pueden variar según el país, pero en cuanto a las personas consideradas de bajo riesgo, los valores suelen ser: un máximo de 200 mg/dl de colesterol total y de 100 mg/dl de LBD, y un mínimo de 40 mg/dl de LAD. Como regla general, los triglicéridos deben mantenerse por debajo de 150 mg/dl.
En cuanto a las personas consideradas de alto riesgo, los valores deseables de colesterol total y de LBD deben ser más bajos todavía, señala el doctor Anselm Gitt, y añade que los valores óptimos se revisan y ajustan a la baja constantemente. “Se han publicado nuevos estudios que demuestran que es benéfico mantener niveles aún más bajos de LBD”, dice. Muchos expertos recomiendan a los pacientes de alto riesgo tratar de mantener niveles de colesterol malo menores a 70 mg/dl.
¿QUÉ ES EL COLESTEROL BUENO?
Desde hace mucho tiempo se las llama “colesterol bueno” a las LAD porque cuanto mayor es su nivel en la sangre, menor el riesgo cardíaco. La explicación inicial de los científicos era que el colesterol bueno “eliminaba” el malo de las paredes arteriales, pero cuando se crearon fármacos destinados a aumentar las LAD, se observó que no reducían el riesgo de contraer cardiopatías. ¿Por qué?
En opinión del doctor Børge G. Nordestgaard, más que cumplir una función activa en la eliminación del colesterol malo, el bueno actúa como un indicador pasivo. Imaginá una señal de curva en un camino. Poner dos señales en vez de una no hará que la curva cambie. Al decir de Nordestgaard, la “curva” del colesterol son las LMBD, las cuales aumentan gravemente el riesgo cardíaco. Cuando el nivel de LAD es alto, el de LMBD se reduce, y viceversa. Entonces, si la única función del colesterol bueno es indicar si el nivel de LMBD es alto o bajo, elevar las LAD no modifica el riesgo, tal como poner más señales en el camino no cambia la curva.