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Los expertos en aflicción nos ayudar a vivir el duelo tras una muerte.

El 7 de octubre de 2015, antes de que saliera el Sol en Canadá, una llamada telefónica me despertó: uno de mis amigos más cercanos había muerto. Jacob fue mi compañero de secundario en Singapur. Me atrajo su gran personalidad, sus impecables dotes de repostería y el cariño que tenía por sus amigos. A los 25 años, su corazón se detuvo de repente.

Mientras los amigos en Singapur planeaban el velorio y cómo apoyar de la mejor manera a su familia, yo me disculpé por no tener dinero para el pasaje. Me sentía como atontada, aunque lograba hacer mis actividades. Había perdido parientes antes, pero la muerte de Jacob fue singular: la suya era la primera de los amigos que elegí como familia. Todos compartíamos la pérdida irreparable, pero yo me sentía sola en mi pesar por estar tan lejos del resto del grupo.

El hecho es que, si bien el sufrimiento en sí es universal, tiende a aislar más de lo que une y a provocar inseguridad de cómo procesar sus sentimientos. Por suerte, los profesionales en el tema nos ofrecen consejos para poder lidiar con una pérdida.

Identifique cómo reacciona al duelo

Aunque cada persona tiene una reacción ante la muerte, el primer paso para todos debe ser intentar comprender la esencia de la situación.

“El duelo es una respuesta interior a las pérdidas”, señala el doctor Alan Wolfelt, director del Centro para Pérdidas y Transiciones de Vida en Fort Collins, Colorado. Cuando alguien perece, explica, el duelo se presenta como una gama de sentimientos que van desde tristeza hasta conmoción, pasando por desorientación e incluso ira. Es frecuente que se exprese en formas previsibles, físicas (pérdida de apetito, insomnio o dificultad para concentrarse) o emocionales (añoranza, remordimiento y hasta alivio). “Hay diversas dimensiones de reacciones, propias de cada persona, en las que repercuten las circunstancias del fallecimiento y la relación con la persona que murió”, comenta Wolfelt.

Reconocer su propia respuesta a la pérdida de un ser querido lo ayudará a saber qué herramientas necesita para superarla. Sin embargo, sea cual sea su reacción, Wolfelt recalca que no debe sentirse mal si esta es intensa. Un terapeuta podría ayudarlo a concentrarse en las áreas que requieren más atención. “Las emociones necesitan movimiento —dice—. El luto pone las emociones en marcha y con el tiempo se suavizarán”.

Aceptación de la muerte

Cuando se vive una pena, es común anhelar el momento en que el dolor desaparezca, pero por lo menos un experto sugiere tener otra meta.

“Mucha gente siente que no está sufriendo ‘bien’ porque no logran el llamado ‘cierre emocional’. Necesitamos replantear estas expectativas”, dice Andrea Warnick, psicoterapeuta y orientadora de aflicciones radicada en Toronto. “No trato de ayudar a nadie a ‘dejar atrás’ o ‘superar’ a alguien que ha muerto”.

Al contrario, ayuda a la gente a seguir conectada con quien sucumbió. Hablar y recordar a los que ya no están con facilidad es un síntoma de que la pérdida se ha integrado a la vida y de que hay menos probabilidades de que genere barreras en la intimidad o angustia psicosomática en el futuro. Warnick sugiere que se permita extrañar a quien murió e incluso valore las memorias al lado de esa persona. A veces, explica, escribir una carta al difunto para tratar cualquier tema inconcluso ayuda a los deudos.

Warnick también prepara a sus pacientes para experimentar “ráfagas de tristeza”: avalanchas súbitas de emoción desatadas por olores, comidas o lugares relacionados con el difunto. A veces, dice Andrea, “vienen de la nada, sin ningún motivo aparente.” Insiste en que estas oleadas son naturales y no son algo que deba preocuparnos. “No queremos mitigar esos sentimientos. Si está en el auto y pasan la canción favorita de la persona, hágase a un lado, deténgase y tómese su tiempo para llorar.” Las técnicas de respiración y conciencia plena, agrega, también ayudan en esos momentos.

Estas oleadas se hacen más esporádicas con el paso del tiempo, aunque podrían no desaparecer. “Si habla con una mujer de 80 años cuyo hijo murió hace 60, el duelo seguirá presente”, dice Warnick. “Que ‘el tiempo lo cura todo’ no es muy cierto”.

Encuentre un grupo de apoyo al duelo

Duelo y luto son palabras que se usan de manera indistinta, pero Wolfelt explica que hay una diferencia importante entre ambos términos. El primero, explica, es una reacción personal a la pérdida; el segundo “es la respuesta externa, compartida, o lo que yo llamaría ‘sufrimiento público’”. El luto comienza con ceremonias como funerales y velorios. Por duro que sea, ver un cuerpo que yace inerte es, en ocasiones, lo único que permite que lo irreal se torne real. “Quizá lo entienda a nivel racional, pero no emocional o espiritual”, afirma Wolfelt. “Y buena parte del proceso consiste en asimilar esa pena con la cabeza y el corazón”.

Estos eventos también aportan el contexto para compartir recuerdos del difunto, validar el sufrimiento y rodearse de una comunidad que evita el aislamiento. Ese apoyo, detalla Wolfelt, no debe terminar ahí. “En una cultura en la que tienes que espabilarte y seguir adelante, no podemos identificar a aquellos que están sufriendo”, dice, y agrega que, por ello, estas personas deben buscar apoyo duradero. Quienes necesiten grupos de apoyo pueden buscarlos en hospitales o clínicas, o en páginas de Internet especializadas.

Para migrantes como yo, viajeros frecuentes y miembros de familias esparcidas por varios países del mundo, la distancia es un agravante pues nos aísla de las comunidades en las que comienza la sanación. Vivir mi duelo sin los amigos que tenía en Singapur me obligó a dar pasos pequeños sola y nunca consideré buscar un grupo de apoyo o recurrir a amigos cercanos en Canadá que no conocieran a Jacob. Al ver todo esto en retrospectiva, pienso que debí hacerlo. Finalmente, después de tantos años, estoy lista para dar ese gran salto.

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