¿Qué tienen en
común estas dos enfermedades que afectan el sistema nervioso y se presentan a
partir de una edad determinada?
Mal de Alzheimer
Esta patología
representa, aproximadamente, un 70% de las demencias seniles. En algunos
países de Europa, afecta al 20% de las personas mayores de ochenta años, en
especial, las mujeres. Además de la edad, se debería a una combinación de factores,
entre los que encontramos los criterios genéticos, diabetes del tipo 2, accidentes
vasculares, estados depresivos, deficiencia cognitiva leve, conmociones cerebrales
repetidas y una mala higiene de vida. Primero, aparecen dificultades en
el lenguaje y en la memoria, más tarde una mala organización de los
movimientos, problemas de comportamiento, pérdida progresiva de la
autonomía y demencia.
Estos fenómenos
están acompañados por una disminución de entre el 10% y el 20% del peso del cerebro,
a causa de la escasez neuronal que comienza en el hipocampo, una
estructura del córtex antiguo muy vinculada con el funcionamiento de la
memoria. También, se debe a la formación anormal numerosa de placas seniles,
de depósitos de proteína, que alteran en forma progresiva el funcionamiento
de la neurona, y de degeneraciones neurofibrilares, asimismo, es causado
por la presencia de filamentos enrollados en el interior de una neurona, que
provocan su destrucción. Además, se observa una disminución del flujo
sanguíneo cerebral y una perturbación de la síntesis de
neurotransmisores.
En la actualidad,
los tratamientos de que se dispone intentan detener el avance progresivo de la
enfermedad, frenar la formación de placas seniles o regularizar la acción de neurotransmisores
implicados.
Mal de Parkinson
Esta es la patología
neurodegenerativa más extendida después del mal de Alzheimer, la enfermedad
de Parkinson afecta, según cálculos internacionales, a 170 cada 1000
habitantes, la mayoría de 62 años. La mayor parte de las hipótesis concuerda en
que se debe a factores genéticos y del medio ambiente, sustancias empleadas
regularmente, como los insecticidas, que son más específicas para destruir las
neuronas implicadas. Se reconoce por un temblor en descanso, lentitud
de movimientos, rigidez muscular y, en fase tardía, pérdida de equilibrio,
incluso provoca demencia en aproximadamente el 20% de los enfermos. Estos
síntomas se deben a un déficit de dopamina, neurotransmisor asociado al
control de los movimientos y producido por las neuronas de la «sustancia
negra», una minúscula zona situada en el tronco cerebral. Alrededor del 70% de
estas neuronas ya están destruidas cuando aparecen los primeros síntomas
de la enfermedad, lo que hace pensar que sus comienzos son más precoces.
Los tratamientos
medicamentosos que proponen compensar la falta de dopamina dan buenos
resultados, pero pierden su eficacia después de algunos años. Casi el 10% de los
pacientes que tienen formas graves de la enfermedad pueden beneficiarse con una
solución neuroquirúrgica, la estimulación eléctrica profunda (o marcapasos
cerebral), que trata algunos síntomas. En la actualidad, se realizan
ensayos de terapias génicas, que intentan restaurar la producción cerebral de
dopamina. Otros incluyen moléculas químicas capaces de proteger a las neuronas
y provocar su regeneración.