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Por suerte, hemos descubierto que no hay nada como un cambio de mentalidad para hacer frente al sobrepeso.

Fuente: Theconversation.com 

Con la llegada de los días soleados, vuelven las ganas de dejar la ropa de abrigo. Un deseo que va acompañado — bajo presión social— de la idea de mostrar un cuerpo, si no perfecto, al menos compatible con la norma que se exhibe en las revistas y donde reina la figura delgada.

El propósito aquí no es volver sobre esta observación, sus causas y sus daños fisiológicos o psicológicos, apoyados por un gran número de publicaciones desde hace varios decenios, sino precisar los riesgos para la salud de las dietas para adelgazar, inducidos por un gran estrés fisiológico (a su vez seguido o acompañado de un estrés psicológico) y, en última instancia, por una recuperación de peso en casi todos los casos.

En efecto, la representación subjetiva de la imagen corporal preside, la mayoría de las veces, la elección de una dieta. Y el objetivo de esta no es necesariamente coherente con el mantenimiento del estado de salud.

En efecto, según una encuesta francesa, el 45 % de las mujeres sin sobrepeso —de las que el 15 % eran delgadas (IMC < 22)— habían hecho dieta durante ese año. Así se destaca en un informe de la Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria de los Alimentos, el Medio Ambiente y el Trabajo (ANSES) basado en un estudio nacional sobre el consumo alimentario. 

Cómo funciona la dieta

Las estrategias de pérdida de peso implican la creación de un desequilibrio energético mediante la restricción de la dieta para liberar los ácidos grasos del tejido adiposo. Sin embargo, rara vez todo sale según lo previsto.

La primera ilusión es la pérdida de peso inicial observada, que solo está ligada a la utilización del glucógeno hepático y muscular (en este caso nuestra reserva energética rápidamente disponible en forma de hidratos de carbono) y a la eliminación de agua ligada a ella (nueve gramos por gramo de glucógeno).

En una segunda fase se produce el efecto deseado: se movilizan las reservas de grasa. Pero lo que generalmente es menos conocido es que nuestro cuerpo establece estrategias para resistir a esta pérdida de peso. energético. Aquí es donde la actividad física desempeña un papel importante, mucho más allá de su efecto sobre el gasto energético durante el ejercicio.

Actividad física más allá de las calorías

Más allá del número de calorías gastadas, los efectos fisiológicos de la actividad física están en el origen de un círculo virtuoso: mantendrá en gran medida la masa muscular. De hecho, cuanto más activos somos físicamente, mayor es la disipación de calor, incluso en reposo. También ayuda a regular los niveles de azúcar en sangre y el metabolismo hormonal y energético.

Y aunque la hipótesis de su efecto anorexígeno (supresor del apetito) está siendo explorada actualmente, su papel como regulador de la ingesta de alimentos empieza a estar bien documentado: al actuar como regulador del estado de ánimo y de la respuesta al estrés, actuaría sobre el comportamiento alimentario, en parte, bajo la influencia de estos dos factores. 

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