Distintos factores pueden irritar los ojos, que reaccionan a
través de la conjuntivitis.
La conjuntiva es una membrana, hasta el margen de las
pestañas (la cara anterior está recubierta por piel). Cumple importantes funciones
en la salud ocular aportando a la lubricación de los ojos. También cuenta
con una rica red de vasos sanguíneos finos que, al inflamarse, producen el “ojo
rojo”, ya que –al estar en contacto con el ambiente– se encuentra expuesta a la
acción de agentes irritantes, alérgenos e infecciosos y puede reaccionar. Su
inflamación se conoce como conjuntivitis, siendo su origen –como se puede
suponer– variado: se tiende a suponer que cuando hay un ojo rojo, este es de
origen infeccioso bacteriano y, por tanto, sujeto de tratamiento antibiótico,
lo cual no es necesariamente cierto e induce al uso de antibióticos no
requeridos, lo cual puede llevar al desarrollo de resistencia bacteriana. Los
cuadros más frecuentes suelen ser agudos con una aparición y duración limitada en
el tiempo y menos frecuentes los cuadros de origen prolongado (crónicos). Por
otro lado, en general responden a causas banales, y por ello ¿quién no recuerda
un episodio de ojo rojo posterior a un largo día en la piscina en el verano
que, pese a una molestia que incluso puede ser intensa, cede en forma
espontánea y sin tratamiento? Claro, salvo rascarse los ojos e infectarlos en
forma secundaria por gérmenes presentes en las manos.
Gravedad de la conjuntivitis
La edad de aparición de estos cuadros puede ser desde recién nacidos a adultos mayores. En niños, es especialmente grave la conjuntivitis que aparece con secreción abundante inmediatamente después del parto, y es diagnosticada por el neonatólogo y matronas, indicándose tratamiento antibiótico específico, ya que su origen es en general infeccioso por agentes del canal del parto. Frecuentes también son los compromisos generados por infecciones, donde el “efecto mano/ojo” que lleva los agentes infecciosos es especialmente importante entre los pequeños o dentro de algunas actividades como deportes al aire libre o en trabajos como el de los mecánicos. Estos cuadros se caracterizan por presentar secreción de tipo purulento y habitualmente esta se adhiere a las pestañas y producen el característico “ojo pegado o con legañas”. Son, al igual que los cuadros virales, contagiosos, y –por ello– aislar los artículos de aseo y cosméticos resulta especialmente relevante, así como la suspensión del uso de lentes de contacto durante el periodo de duración del cuadro. En el caso de cuadros virales, muchas veces se dan en el contexto de un cuadro respiratorio acompañante, generalmente autolimitado, y algunas veces su sobreinfección obliga al uso de antibióticos. En personas que trabajan sin protección ocular en el jardín o usando herramientas como pulidoras, se encuentran cuerpos extraños atrapados en la cara posterior de los párpados o impactados en la córnea que secundariamente inducen inflamación y se caracterizan por dolor, sensación de cuerpo extraño y fotofobia (intolerancia por la luz). Su tratamiento requiere de una extracción del elemento lo cual fácilmente es realizado en la consulta oftalmológica. Otro grupo frecuente de origen son los cuadros alérgicos, los generados por ojo seco y los que acompañan a otras patologías, tanto de piel (como el acné rosácea) y los que son producidos por cuadros de tipo inmunológicos (como el pénfigo que suele generar cuadros de curso crónico y de manejo complejo). En el caso de cuadros alérgicos su presencia estacional en general y el predominio de la picazón como síntoma principal orientan a su diagnóstico y manejo, el cual muchas veces obliga al uso de medicamentos como corticoides los cuales han de ser indicados con precaución, ya que pueden generar complicaciones secundarias como la exacerbación de herpes corneal, elevación de la presión ocular (glaucoma) o catarata en especial en el uso crónico.