Razón y emoción Razón y emoción

Estas dos facultades, ¿se contraponen como se creyó tradicionalmente? ¿O funcionan de forma complementaria?

En la vida, generalmente no tomamos nuestras decisiones basados en un razonamiento frío que permitiría sopesar los pros y los contras en ausencia de toda implicación emocional. Por cierto, el vínculo entre la racionalidad y las emociones de nuestras decisiones se ha convertido en un tema de estudio para las neurociencias cognitivas.

Una capacidad cerebral

El neurólogo Antonio Damasio y su equipo estudiaron pacientes que sufrían de lesiones de la cara inferior de los lóbulos frontales, una zona situada justo arriba de las órbitas. Esos individuos estaban afectados por una incapacidad para tomar decisiones adecuadas en su vida cotidiana. Esa dificultad, que los exponía a fracasos, incluso a catástrofes, en los planos social, personal o profesional, contrastaba de manera sorprendente con los buenos resultados obtenidos en todos los tests usuales de funcionamiento intelectual, especialmente en el ámbito del razonamiento. El primero de esos casos referido en la literatura médica es el de Phineas Cage. En 1848, ese contramaestre que trabajaba en las obras en construcción de las vías del tren fue víctima de una explosión que proyectó una barra de acero a través de su lóbulo frontal izquierdo. Sobrevivió sin parálisis ni déficit intelectual patente. Sin embargo, como consecuencia de decisiones erráticas, perdió progresivamente su empleo y todos sus lazos familiares, de amistad o sociales. Esos estudios aportan una luz sobre aquello que cada uno de nosotros experimentará tarde o temprano. Nuestras decisiones se basan en la evaluación racional de una situación y la vivencia de las emociones. Frente a una elección compleja, puede ser difícil optar racionalmente por tal o cual solución. Algunas incluso suscitan un sentimiento físico penoso que lleva a no poder jamás zanjarla cuestión sin que se pueda explicar por qué. 

Razón versus emoción

Las relaciones entre racionalidad y emociones aparecen claramente al tomar ciertas decisiones. Imagine que se encuentra al costado de una vía de tren. Ve llegar un tren a toda velocidad y percibe también, más adelante en la vía, a cinco personas que no ven el tren y serán aplastadas sin su intervención. Usted se encuentra al lado de un comando de cambio de agujas y puede hacer que el tren se desvíe hacia otra vía. Por desgracia, un hombre se encuentra en esta última y él tampoco ve llegar el tren. Usted se encuentra entonces ante el siguiente dilema: o no hace nada y cinco personas serán aplastadas o usted desvía el tren y se salvarán cinco personas, pero provocará la muerte de otra persona. La mayoría de la gente considera que es admisible enviar el tren sobre una vía donde sólo matará a una persona en lugar de a cinco. Ahora, he aquí otra historia. Usted está sobre un puente por encima de las vías del tren. El tren viene y va a aplastar a cinco personas si usted no hace nada. No hay aguja, pero usted puede intervenir a pesar de ello. Hay un hombre sobre el puente al lado suyo y usted puede empujarlo sobre las vías. Si usted lo hace, el tren va a aplastarlo, va a detenerse, y se salvarán las cinco personas. Contrariamente al ejemplo precedente, la mayor parte de la gente juzga este gesto horrible y reprensible. La moraleja de la historia Tenemos entonces dos visiones muy diferentes de la actitud moral «correcta», aun cuando en las dos historias se trata de salvar a cinco personas matando sólo una. Por un lado, el razonamiento abstracto y utilitario que nos hace pensar que la decisión correcta es la que salva a cinco personas, a riesgo de matar a una. Y por otro lado, intuiciones morales que se manifiestan bajo forma de emociones. Desde este punto de vista, las dos historias son diferentes. En la primera, usted no está confrontado directamente al hombre al que va a sacrificar, mientras que en la segunda, usted debe tocar a su víctima: la implicación personal y emocional entra entonces en conflicto con el razonamiento aritmético. Investigadores han realizado experiencias de imágenes funcionales con sujetos colocados ante problemáticas del mismo tipo. Según se encontrasen ante una decisión que podía tomarse sobre la base de un razonamiento aritmético o ante un dilema que implicara un compromiso personal y emocional, los sistemas activados en su cerebro variaban. Y cuando ese dilema se volvía insoportable, se activaban otras regiones cerebrales que traducían un manejo de su conflicto y una búsqueda de control de sus emociones.

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