Claves para perder el miedo a los cambios Claves para perder el miedo a los cambios

Aprenda a no quedarse anclado en las rutinas y aportarle esa dosis necesaria de adrenalina a la vida.

En general el ser humano rechaza el cambio, se cuida de organizar su vida en torno a rutinas. Esos hábitos de vida son tranquilizadores y confortables en la medida en que nos evitan confrontarnos con el estrés de la incertidumbre. Nos permiten descansar sobre experiencias adquiridas y automatismos: itinerarios familiares, gestos controlados, ambientes conocidos, rituales, etc. El reverso de esta medalla bien lustrada es que la ausencia de novedad puede terminar engendrando aburrimiento.

Miedo a la novedad

Una cierta dosis de novedad o de imprevisto permite estimular el cerebro y despertar la curiosidad. Por ello, la adaptabilidad al cambio y la capacidad de producir cambio uno mismo constituyen factores de éxito y de bienestar. No obstante, no es necesario trastocar todos los hábitos: la estimulación aportada por la innovación es tanto más eficaz cuando el ambiente conserva rasgos conocidos y tranquilizadores. Introducido en psicología cognitiva en los años noventa, el concepto de «funciones ejecutivas» designa el conjunto de procesos cognitivos que son movilizados por situaciones nuevas. Esos mecanismos de adaptación, esencialmente localizados en los lóbulos frontales, comprenden varias facultades o funciones:

• Una atención sostenida y dirigida, que permite percibir el cambio, seleccionar informaciones pertinentes e inhibir las respuestas automáticas o rutinarias;

• La capacidad de elaborar una estrategia para resolver un problema o alcanzar un objetivo;

• La capacidad de planificación que permite desplegar una estrategia;

• La flexibilidad mental, que es la aptitud para modificar la manera de pensar y el comportamiento para adaptarse al cambio. Esta disposición es la que nos permite cambiar un plan de acción en curso de ejecución en función de las respuestas del entorno.

Adaptarse, la clave

La flexibilidad mental corresponde, más o menos, a la noción de inteligencia fluida con la que se trabaja para la resolución de problemas nuevos, por oposición a la inteligencia cristalizada que descansa sobre la experiencia y los conocimientos. Se pensó durante mucho tiempo que esa forma de inteligencia era poco susceptible de mejorarse. Sin embargo, un estudio ejecutado en 2008 por un equipo de psicólogos de la universidad de Columbia muestra que un entrenamiento apropiado permite progresos reales, que estarían en gran parte ligados a los logros de la memoria de trabajo, que almacena temporalmente los datos para analizar.

La capacidad de hacer frente al cambio también puede educarse a lo largo de la vida. Tests y ejercicios permiten evaluar y entrenar la flexibilidad puramente intelectual, pero nuestra adaptabilidad depende también de factores personales como la motivación, las emociones y los sentimientos. La apertura de espíritu, la ausencia de dogmatismo y la capacidad de replanteo son otras tantas cartas a favor para prepararse a los cambios, reflexionar sobre nuevas oportunidades, no centrarse en los fracasos ni en los renunciamientos y considerar los aspectos positivos que presenta toda nueva situación.

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